Había una vez una princesa llamada Brianna, que vivía en una isla mágica, alejada de la realidad. La isla estaba llena de criaturas mágicas, como dragones de colores y unicornios con alas. Brianna podía ver a estas criaturas magicas y siempre estaba jugando y divirtiéndose con ellas.

Un día, el hermano menor de Brianna, Dylan, le preguntó a sus padres por qué su hermana podía ver criaturas mágicas y él no. Sus padres trataron de explicarle que Brianna tenía un don especial, pero Dylan no pudo comprender completamente lo que significaba. Dylan estaba triste porque no podía ver las criaturas mágicas como su hermana.

Intentó hablar con Brianna sobre su habilidad, pero ella no hablaba. En cambio, Brianna lo abrazó fuertemente, mostrando su amor por él. Dylan se emocionó por el abrazo de su hermana, y comenzaron a jugar juntos.

Él imaginaba cómo eran los amigos imaginarios de Brianna y juntos creían historias mágicas. Brianna estaba feliz de tener a su hermanito cerca y compartir su mundo imaginativo con él. Dylan empezó a jugar a escondidas con Brianna, y ella salía corriendo emocionada cada vez que lo encontraba.

Ambos se divirtieron durante horas, disfrutando de la compañía el uno del otro y jugando con las criaturas mágicas de la isla. Eventualmente, después de mucha diversión y risas, ambos se cansaron y regresaron a sus padres.

Sus padres estaban felices de ver que los dos hermanos estaban jugando y compartiendo juntos. Desde entonces, Dylan y Brianna jugaban juntos con las criaturas mágicas de la isla, divirtiéndose juntos en su mundo imaginativo.

Aunque Dylan no podía ver las criaturas mágicas, siempre sería un hermano para su hermana y la apoyaría siempre en todo lo que necesite. La magia de la isla unió a los hermanos juntos, y su amor mutuo los mantendría unidos para siempre.