Había una vez una niña llamada Ariel, que vivía en un pequeño pueblo rodeado de montañas. A Ariel le encantaba jugar al aire libre, correr en el campo, y respirar el aire fresco de las montañas. Pero un día, un gran viento llegó al pueblo. Las casas se sacudían, los árboles se doblaban, y todo el mundo se refugiaba dentro de sus hogares.

Ariel comenzó a sentir miedo, pero en lugar de quedarse dentro de su casa, decidió salir a explorar. Mientras caminaba por el campo, se encontró con una bandada de aves asustadas. "¿Por qué están tan nerviosas?" preguntó Ariel. "El viento es muy fuerte y no podemos volar," respondieron las aves.

Ariel no sabía por qué, pero sintió una extraña conexión con las aves. Decidió ayudarlas y encontró ramas y hojas para construir un refugio seguro donde pudieran descansar. Las aves agradecieron la ayuda de Ariel y le invitaron a unirse a ellas para volar. Ariel, emocionada, aceptó la invitación y subió a la espalda de un águila.

Mientras volaban sobre las montañas, Ariel se dio cuenta de que podía entender lo que las aves decían. Descubrió que los pájaros hablaban entre ellos, compartían historias y vivencias, y se divertían juntos. Ariel estaba fascinada y no podía dejar de escuchar las conversaciones de las aves. De repente, otra ráfaga de viento apareció, y las aves empezaron a luchar contra él.

"¡Tenemos que protegernos!" gritaron las aves. Ariel no sabía cómo ayudarlas, pero entonces un pequeño colibrí que también estaba luchando contra el viento, se acercó a ella y le dijo: "Ariel, si quieres ayudarnos, debes conocer al viento." Ariel no sabía a qué se refería el colibrí, pero decidió seguirlo. El colibrí la llevó a una cueva oculta en la cima de la montaña, donde se encontró con el viento. El viento era una enorme figura de aspecto intimidante, pero Ariel no tuvo miedo.

Sabía que tenía que hablar con él. Ariel habló con el viento y descubrió que no era malo, sólo estaba tratando de mostrar su poder. Le dijo al viento que había lastimado a las aves y les estaba haciendo daño. El viento, sorprendido de que alguien le entendiera, se sintió triste por lo que había hecho y decidió calmarse.

Desde entonces, Ariel se convirtió en amiga tanto de las aves como del viento. A menudo volaba con ellos, y las aves le contaban historias increíbles del mundo que había más allá de las montañas. Pero siempre había un momento en que Ariel tenía que volver a casa y arrullarse por la noche, soñando con las aventuras de vivir con sus amigos de la niñez volando y superando miedos.